Origen de la representación del Nacimiento de Jesús
Con personas reales y animales vivos, San Francisco de Asís (1182-1226) fue el primero en montar un nacimiento, belén o pesebre, en 1223, como una representación plástica del nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios.
De acuerdo con datos históricos, Giovanni Bernardone, nombre real del santo conocido entre otras razones por fundar la Orden Franciscana, luego de haber cumplido esta misión se dedicó a recorrer las poblaciones de su natal Italia para predicar la palabra sagrada.
Ayudado por otros clérigos, en Greccio, pequeña localidad entre Roma y Asís, dos semanas antes de Navidad construyó una casita de paja, un portal y un pesebre en medio del bosque, en una gruta, e invitó a todos los lugareños a integrarse a la escena viviente.
Como estaba previsto, el 24 de diciembre los greccianos se dirigieron junto con los frailes, cantando y con antorchas, a la representación, con José y María, el niño Dios y los pastores, así como un buey y un burro, para darle mayor veracidad.
Según escribió Tomás de Celano, la gente volvió contenta a sus casas, llevando como recuerdo la paja, que, se cuenta, resultó ser una buena medicina para curar a los animales.
Al respecto, la intención de San Francisco de Asís fue que los campesinos participaran en el misterio que encierra Dios hecho hombre en esa noche de natividad.
Pronto la escena se propagó por Europa y una vez arraigada por mucho tiempo se mantuvo con nacimientos vivientes, sobre todo en los recintos religiosos, y cuando dejó de ser necesaria como instrucción para los adultos, se mantuvo a manera de decoración para acercar a los niños al nacimiento.
Con el tiempo se fueron elaborando figuras e íconos y se llevó a los hogares de los fervientes cristianos. Se cree que el primer nacimiento hecho con figuras de barro se hizo en Nápoles, Italia, a finales del siglo XV.
Posteriormente, el rey Carlos III ordenó que la representación de la Navidad se extendiera por todos sus dominios: Italia y España.
Con la llegada de los españoles a la Nueva España, hoy México, en 1519, la primera representación de Navidad que se celebró fue en 1528, gracias a fray Pedro de Gante, en el convento de San Francisco el Grande, según el Códice Franciscano.
En la escuela que De Gante fundó en Texcoco, los indígenas eran adiestrados en la elaboración de las figuras y los detalles de los nacimientos, para las procesiones que llevó a cabo durante la celebración navideña.
Las órdenes religiosas que llegaron a la Nueva España a partir del siglo XVI utilizaron la tradición del nacimiento con fines evangelizadores en estas tierras.
Asimismo, los materiales utilizados para hacer las figuras comienzan a diversificarse, desde el barro hasta la madera, del oro y la plata hasta el latón, de las hojas de tamal a las fibras naturales y semillas, lo que muestra que la capacidad creativa de los artesanos parece no tener fin.
Si bien las fiestas de la Navidad pudieran no ser las más importantes, sí son las más populares, y no había familia, por más humilde que fuera, que no gozara de “poner el nacimiento”, esa representación centenaria del misterio del nacimiento de Jesucristo.
Pero quizá los nacimientos que cuentan con más popularidad sean los de miniatura, modelados a mano y policromados.
En las iglesias, los nacimientos son, en muchos casos, obras extraordinarias por su tamaño, forma y representación iconográfica, en la cual se muestra el apego al costumbrismo y el interés de los sacerdotes por dignificar una tradición que se alimenta cada año en el hogar.
Salvo algunas familias que se apegan a la tradición, es en los templos donde se conserva la costumbre de “acostar” al niño el día de su “nacimiento”. Jamás lo hacen antes, como ya se ha vuelto rutina en la mayoría de los casos.
Los nacimientos son una de las tradiciones que mejor reflejan el carácter del pueblo, y por lo mismo constituyen una tradición que no debe perderse, han señalado diversos expertos en la materia.
El Papa Benedicto XVI, durante la misa dominical del Ángelus, denunció la comercialización de la Navidad y recomendó a los fieles construir el pesebre en casa como una manera “simple y eficaz de transmitir la fe a los propios hijos”.
“El pesebre nos ayuda a contemplar el misterio del amor a Dios que reveló en la pobreza y en la simplicidad de la gruta de Belén”.